jueves, 3 de septiembre de 2015

Amenazar las flores, Rodolfo Izaguirre



Cultivo en una enorme maceta un buen grupo de calas blancas bastante caprichosas porque florecen tardíamente y de mala gana pese a mis cuidados y a la preocupación por alimentarlas y regarlas tal como recomiendan hacerlo los conocedores. Últimamente han tardado en florecer más de lo razonable y me he visto obligado a proceder con cierta firmeza. Amo las plantas porque ellas significan el carácter naciente de la vida. Gracias a ellas, el hombre Neandertal advirtió que lo que lo separaba y diferenciaba de los otros seres era su posición erecta, igual a la de los árboles y las hierbas de los campos. Además, las plantas le ofrecían cíclicamente el fantástico misterio de su floración y el estallido de sus fragancias, y para aquel ser que vivió y conoció la aurora del tiempo tuvo que significar una fiesta en su mirada la mutiplicidad de colores con los que se adornaban las plantas a su alrededor. En todo caso, flores de paso, transitorias. Por eso se llaman “flores celestes” a los meteoritos y a las estrellas fugaces. Y hay flores de un solo día y existen las rosas de Cernobbio que inspiraron al argentino Eduardo Mallea y son rosas, también, las que brotan en el célebre ars poético del chileno Vicente Huidobro. Mis amigos simbolistas se entusiasman, junto a Juan Eduardo Cirlot, con los colores de las flores y afirman que “el carácter solar se refuerza en las flores anaranjadas y amarillas; que en las flores rojas es patente el parentesco con la vida animal, la sangre y la pasión; y que la flor azul es símbolo legendario del imposible”, por eso, en la canción de Ítalo Pizzolante una rosa pintada de azul... ¡es un motivo!
Soy de los que hablan con las plantas mientras las riego (¡cada vez que Hidrocapital lo permite!) y subo el volumen del aparato de sonido para que escuchen también a Kiri Te Kanawa cantando arias de Mozart porque me aseguran que la música les gusta a las plantas y las ayudan a bien vivir pero tratándose de la terquedad de mis calas, creo que ¡ni con Los Panchos!
Me retan. A veces me desentiendo de ellas y las dejo en paz. Es suficiente con lo que ocurre fuera de mi casa para tener que soportar también a unas calas recalcitrantes en constante enfrentamiento. Padezco suficiente tensión y castigo con las actuales bellaquerías militaristas y sus niveles de intolerancia y estupidez para estarme preocupando por las calas del jardín. Sin embargo, les oculté las miserables declaraciones de Roy Chaderton para que no se pusieran a llorar y les dije que, con todo respeto, me parecía que el cardenal Jorge estaba perdiendo su tiempo al insistir en dialogar con ese muro de trampas y oprobios detrás del cual se ampara desde hace quince años un régimen criminal que no tiene perdón de Dios. No sé cómo hacen estas plantas, pero todas terminan enterándose del desorden montado por los militares; y el desaliento, después de aplastarme, también se apodera de ellas. Para animarlas, les explico que quiero abrazarme a la desobediencia civil, renegar de este gobierno, gritar en las esquinas que el decreto Obama no pretende castigar al país y a los venezolanos, sino a un grupo de corruptos y que oponerse a él es hacerse cómplice de las sinvergüencerías de los enchufados, pero no encuentro a nadie que me diga cómo activar mi desobediencia y, desde luego, tampoco me veo, solo, agitando una pancarta por el bulevar de Sabana Grande, como un viejo loco. La semana pasada me acerqué a las calas y las amenacé. Les dije que si no me daban flores iba a hablar con Maduro o con Diosdado Cabello para que las llevaran a Ramo Verde y les hicieran lo mismo que le hacen a Leopoldo López. ¿Pueden creerlo? ¡Ya comenzaron a florecer!



19 de Abril de 2015
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