El Dr. Pi entró en el motel. Descansaría. Todo estaba preparado. Muy pronto estaría en otra tierra. Antes debía recibir un mensaje. Una respuesta al que él había mandado. Observó su habitación y lo atrajo un cortinado verde. Lo descorrió. Era la entrada a un túnel iluminado.
-Está bien –dijo el Dr. Pi-. Es lo convenido. Sacaré algunas fotografías mientras llega el mensaje.
Se escuchó un estruendo subterráneo.
-Sí, no hay duda. Éste es el lugar.
Introdujeron un sobre por debajo de la puerta. Pi lo abrió. Era el mensaje esperado. Alguien había escrito SI en rojo. Pi se desnudó, se dio un baño, se puso una escafandra y unas chinelas y se internó por el túnel. Anduvo unos metros por una calle en declive y muy ancha. A ambos costados había escaparates de tiendas, consultorios y galerías de arte. Un hombre gordo, de baja estatura y con un largo guardapolvo blanco, lo invitó a pasar a su consultorio.
-Aquí está su solución.
-No busco soluciones –dijo el Dr. Pi-, busco a una morocha.
-Usted no escarmentará nunca –replicó el gordo, molesto.
-El escarmiento no es mi oficio –contestó el Dr. Pi y apresuró el paso.
La pendiente de la calle se hacía cada vez más pronunciada. Las chinelas y la escafandra le estorbaban. Dejó todo al gordo y avanzó desnudo y a grandes zancadas hacia el final del túnel. Allí, junto a un muelle, Beatriz lo esperaba en una canoa. Pi la besó con intensidad y rapidez y empuñando los remos dijo:
-Tenemos que llegar al golfo antes que Edgar.
...
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